Héctor Rosales
PROLOGO DE PIEDRA ENCERRADA
EN PIEDRA
EL ÁRBOL FRENTE AL ACANTILADO
Los textos que vienen a estas páginas de la mano del poeta Carlos
Barbarito entablan diálogos anteriores al lector que ahora los visita.
Otro tanto ha ocurrido, en buena medida, a lo largo de la obra de este
autor argentino, de hondo aliento humanista, y dolorida, sincera,
precisa visión del hombre y su complejo entorno.
Son diálogos con otros creadores, citas en la memoria que darán lugar al
entramado de percepciones, interpretaciones, nuevas maneras de abordar
sucesos ajenos, que también son propios y, en suma, universales. En el
trayecto marcado por estos poemas estarán, entonces, los ecos de un
músico: John Cage, de un escritor: Marcel Proust, y de varios artistas
plásticos: Frida Kahlo, Rothko, Ernst, Hopper, Motherwell, Klimt y la
fotógrafa, aquí fotografiada con palabras, Tina Modotti.
De ese intercambio cultural, donde se tamizan actitudes, vivencias y
desenlaces, el poeta mantendrá luego su característico diálogo con el
lector, el otro pacto, “como otro entra al espejo” de sus versos.
Quien nos habla en los poemas nació al sur del mundo, un ámbito de
relojes temibles, arqueros de la melancolía, que disparan sus agujas al
centro del pecho, o traicionan cualquier espalda que los ignore. Las
horas dudan sin norte que valga, crecen solitarias bajo el titilar de
señales fronterizas.
A veces pienso en el arte como en un viejo árbol, castigado por miles de
vientos, y sin embargo erguido frente al acantilado de la incertidumbre
existencial, afrontando al tiempo y sus velados designios.
El árbol mira, cuestiona y expresa lo que ocurre a través de sus ramas,
cada una de ellas (música, pintura, danza, etc.) portadora de hojas que
dejan su rastro en la madera y se renuevan al compás de las estaciones.
Caja hoja es un autor, un intérprete que calcula la situación de las
raíces (necesidad de afirmarse en la rama) para después entablar su
batalla particular con el acantilado.
“¿Cuánto mide y pesa ahora la tierra?” ¿Cuánto en el sur? Porque las
hojas que allí se agitan tienen muy claro que “la herida [del vivir] no
es curable”. Los poetas sureños se preguntan, seguramente con angustia
familiar a Frida: “¿cómo soterrar el dolor, / encontrar certeza más allá
del cansancio?” Mientras se aferran a su rama (“la vida anuda”) y
comunican su frágil, fugaz estancia en la intemperie, “a los pies del
más perfecto desconocido”.
“Lejos, el carnaval de lo ficticio”. En el aire el grito sordo de la
hoja, y en la rama el musgo, que pactará la longitud del presente y será
vacía escarapela del mañana. En el entreacto arderá la palabra cual
hogar donde salvarse del desamparo.
Quizás junto a Max Ernst y Barbarito habría que “erigir una casa / en el
desierto” y dentro cumplir la vida a lomos del deseo, “libre de cifra”.
Aunque habitamos el árbol, y sus raíces son madres, padres, hijos y
amigos en nuestro pulso vital, referencias terrestres, datos del
espíritu y jirones de tiempo que cosemos, remendamos con más fiebre que
paciencia.
Pero cabe recordar que hay un “pacto de la rama con el musgo”, un
espacio tallado con luces, tajos, respiraciones, pequeños cristales,
humos de barcos, mapas que dejaron los pájaros desertores, voces y
nervaduras de otras hojas ya vencidas por el otoño.
El sobrio y honesto escritor argentino participa de este pacto, lo
comparte con nosotros.
Y el pacto tiene nombre: poesía.
©
Héctor Rosales Barcelona, 11.04.2004.
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Carlos Barbarito
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