Oscar Portela
Carlos Barbarito, un poEta más allá de las modas
En sus estudios sobre poesía española del principios del siglo XX,
Luis Cernuda, con certera intuición - aunque desde distintos
puntos de vista estéticos no existan verdades absolutas-, dice que
la influencia de Juan Ramon Jiménez sobre ciertos poetas del 27,
había sido deletérea. En primer término había roto con la
posibilidad lírica de la arquitectónica del poema - pondré un
ejemplo, Gerard Manley Hopkins - y reducido el poema a un rayo no
oriental sobre el lago sino sobre el espejo simulado del
intelecto. De los poetas argentinos de su generación - anterior a
la mía -, Carlos Barbarito no ha buscado modas, ni escuelas, ha
escuchado primero los latidos profundos de su corazón, las
percepciones del cuerpo y de la piel, las radiaciones de aquello
que lo rodea, y luego, muy luego, ha cribado todo ello en el
caldero de la inteligencia. No podría escribir entonces
inteligencia, dame el nombre de las cosas, como Jiménez quería. Ha
tenido cuidado de no caer en excesos sensualistas ni barrocos, ha
templado el verbo y olvidado como quería Rilke, para luego hacer
salir de la sangre, una imagen del mundo - una imago mundi- y
contruir en poema como quería con claridad Unamuno: siente el
pensamiento, piensa el sentimiento, sabiendo que el poema, en tanto
misteriosa donación del lenguaje y no instrumento de
comunicación, habla por sí mismo. También Eugenio Dors, lo
entendía así. Ha pasado por alto las estéticas de vanguardia, los
minimalismos al uso, y más lejos aun, el habla cotidiana, pero
como afirmé antes, haciendo arder todos estos elementos , para que
una sabia combustión dé como resultado la conexión entre la
imagen proyectada por el discurso del pensamiento, la mirada sobre
la escena del espectáculo, y luego el temblor que produce en el
alma del poeta, el temblor en la piel que producen los clafrios el
sentimiento. Todo ello quiere decir que Carlos Barbarito es un
poeta que ha entrado desnudo a la imagen lustral, para salir vestido con el peplo de poemas que tienen algo que decir,
que dicen aunque no estén dirigidos a nadie - como toda obra
autentica-, para luego lanzar la flecha que hiere, siguiendo los
dictados de Apolo. Existe sí lo que yo me atrevería a llamar una
especie de concretismo cezzaniano de la imagen, atrevimientos
linguísticos, hasta tentarse con la salvaje selva del barroco
americano, pero todo ello son sólo aspectos de una síntesis que
Carlos Barbarito disipa, con la claridad de la arquitectónica
límpida del poema, que puede emocionar sí, pero que está allí como
un objeto que primero debe ser pensado, hallado, para luego
integrarse a la mirada del lector.
Barbarito no habrá buscado entonces novedades ésteticas, porque
ellas vienen solas de una poesía que responde a su tiempo, que
como lenguaje es verdadero acaecimiento temporal, en los cuales,
el amor, el duelo, la separación, y todo aquello dictado por el
Angel, está allí, pero comunicado profundamente con una tradición
que viene de Orfeo y que acucia a todo verdadero poeta, que debe
bajar y subir del Hades, para consagrar
eternamente el rito de la primavera.
.©
Oscar Portela Corrientes Argentina, septiembre 2004.
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