Necesitamos que la poesía, constantemente, salve la verdad de todos los
días, antes de que, por ejemplo, las ciencias sociales. Ningún
cientificismo nos descubre lo que el verbo iluminado expone a nuestros
ojos. Cuando un poeta logra desentrañar lo que parecía matera inerte y
revela sus aristas más hondas, el mundo funciona de otra manera. El ha
logrado, para cada uno de los seres, un especial avance hacia ese sol
que está al final del camino de la conciencia, donde todos somos una
sola sangre, hijos del cosmos, chispas de la eternidad.
A pesar de esta urgencia que desarrollamos en la palabra, no es usual
que el viaje cotidiano nos depare un encuentro con un libro de poemas
que nos hable con la voz del augur, de la insoportable y necesaria
emoción del vidente. Sin embargo, cuando llegó a nuestras manos el
último libro de poemas del argentino Carlos Barbarito, nos heló la
primera lectura. Si la sinceridad y el ejercicio completo de la
elaboración poética se hermanan para dar un resultado único, de valía,
estábamos ante un poemario que no iba a pasar rápidamente ante nuestros
ojos. Después de varias lecturas entendimos que la verdadera poesía
jamás podrá ser una moda porque excava de tal forma la realidad que
puede acontecer ominosa para quienes se alejan del dolor del mundo. A
esto añadimos que el poeta de importancia, como pretendía Martin
Heidegger, arroja una luz, a veces tenebrosa, sobre lo oculto, sobre lo
perdido en época de aparente triviliazación de la vida.
Desde este punto de vista, la lectura de los poemas de Barbarito cobró
inusitadamente el valor que apenas percibíamos porque su materia se nos
antojaba entretejida con un hilo de desesperación casi congelada o tal
vez indolente. La supuesta opacidad de su informe poético nos enfrentaba
a una existencia que es el propio transcurrir del tiempo actual; y de lo
que este hace de nuestra sensibilidad, de nuestros sueños y de nuestros
gritos.
Hay algo penoso en esta época: crece hacia el exterior en ciudades,
pobreza, tecnología, comunicación acartonada, hedonismo pueril,
literatura-bouquet, curiosidades y espectáculo; pero muy poco hacia el
interior. Esta visión de carestía espiritual es la que vel el poeta, el
mayor de los insatisfechos: Quien quiere mirarse adentro/ mira sólo
afuera y quien quiere/mirar afuera mira su irremediable oscuro, / su
silencio.
La luz y alguna cosa es un poemario concebido desde un plano de
observación implacable. La enumeración de simples objetos -como símbolos
de una civilización en descenso, aparatosa, incomunicante, o como
compañeros de la nulidad-, así como de emociones, o quizás recuerdos,
todos mezclados, a veces sin concreto vínculo, conforman los ladrillos
de una posible autobiografía que producen en nosotros la noción de que
el poeta ha sido desmembrado como Dionisos y que, después de ello, trata
de recomponer su desaliñado aspecto, para mirarlo y reestructurar su
vida o darle un pasadizo a un jardín donde, desde allí, tal vez
contemple su infancia. Es evidente, por lo menos en su visión del mundo
donde se ausenta la fertilidad o la coherencia del espíritu, las
contribuciones de T.S. Eliot, Robert Lowell, Kafka y de Henri Michaux, y
por supuesto las citadas por el preciso prólogo que le hace Cristina
Piña, para quien Carlos construye un lenguaje que es como el reverso de
las voces sociales hegemónicas y mayoritarias...
Es en esta novedosa construcción contra-oficial de un lenguaje en
Barbarito donde radica su fuerza conturbadora. Para empezar, el poeta
versifica con una solemnidad que asusta empleando significantes llanos,
propios de la rutina, del alrededor más próximo: sogas, agujas,
pedregales, uñas, etc. Por otro lado, la simpleza de lo dicho excede su
órbita, sin grandes y pomposos artilugios metafóricos, y con una
precisión estética que ningún otro adorno lo podría enriquecer: ¿Hay
alguna señal en el agua, / un signo en el fuego,/ otra comida de que
alimentarme,/ un día que no sea un préstamo,/carne que no resulte
combustible,/un despertar sin frío en los pies/ y un polvo gris en la
frente,/un niño, el que fui que no me pida/ lo único que no puedo darle?
Además, el poeta se ha convertido aquí en un profeta cuyas visiones lo
ahogan; a la ausencia de todo camino las preguntas se vuelven avizores
mismos de la debacle: ¿Qué cura la visión encajada en un monótono
repique de campana? o ¿qué es este presentimiento de agujas, de ojos, de
éteres? Esta falta de claridad misma borra también del discurso el deseo
de un encuentro complaciente con el lector, en el sentido de que se
desprecia a este como un sujeto ideal y sugestionable con imágenes que
apelen a la idiosincracia. En este sentido, todo el poemario es un viaje
a la desilusión, tanto en las ideas que se captan y que aparecen sumidas
en marasmos de percepciones libres y asociaciones personales como en el
empleo de un estilo que se cubre y que juega entre lo críptico y la
señal más directa; todo, sin embargo, para surtir ese efecto del caos
vivido y de la conmoción completa de la fe: Leve ala de fe/ sobre el
incendio del mundo'. Terrible exigencia, entonces, la de este poeta, para
el que desee franquear el umbral de su palabra, en un tiempo de ruido,
época donde el ruido es señor, y donde el escuchar es una acción casi
religiosa, porque demanda el ser entero. Así pues, para Barbarito, solo
entra a su reino el que escucha.
Hay poemas en La luz y alguna cosa que serán sin duda marcas o huellas
indelebles de la generación de Carlos. Nos referimos, por ejemplo, a Un
clavo en la boca... , cuyo dramatismo no solo está dado por la
reiteración del clavo sino también por el enjambre de cosas y paisajes
que no logran concretar nada ante quien, al parecer, es crucificado. De
igual manera, en No hay gloria aquí..., quizás el más hondo y perfecto
de los poemas, el poeta describle el mundo personal, pero también
colectivo, el mundo donde las cosas se han acumulado sobre ellas mismas,
donde todo repta sin profundo significado, como en los arroyos,
elevándose en la corriente y hundiéndose.
En general, dicha obra alberga suficientes méritos en la ubicación de un
camino tan propio y válido en un lenguaje que nos urge para dilucidar la
esencia de nuestro mundo - gigante en soledad, desdicha y objetos- que
podríamos entenderla como uno de los intentos más serios de la mejor
poesía latinoamericana de esta época, a pesar de que, como de nuevo
citamos a su prologuista, el tiempo no es propicio para ésta. De todos
modos, y con el tiempo en contra, la poesía, fiel a su mandato, y sin
acomodarse a los gustos de la plebeyización pujante de los medios de
masas, se erige, en libros como La luz y alguna cosa, en poderoso
testimonio de la vitalidad órfica y, por supuesto, de su completa
vigencia.
La poesía de Barbarito, aun anclada en la desesperación de este fin de
siglo, y evocadora de una pesadilla que refiere en versos de hambre, de
sed, de fiebre fría y alucinación lúcida, es la voz que nos desvela el
infierno que somos y ocultamos. Voz, al fin, que al darnos la crudeza de
su timbre nos sitúa, por au autenticidad y prodigio, en una escala donde
la trascendencia es ofrecida por la misma verdad para todos nosotros.
©
Guillermo Fernandez 1998
Reactiones:
libro de visitas o
Carlos Barbarito

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