Tal es el caso de Carlos Barbarito, cuya obra, de un tono bíblico peculiar, no tiene, sin embargo, los consuelos del poeta de los Salmos. El ojo de Barbarito, fragmentado en visiones como espejos rotos, solo está en capacidad de rendir cuentas de lo que percibe: un caos de cosas sin meta en el universo. A veces hay belleza, pero en contraste con una atmósfera trágica que es la res extensa del mundo, su fundamento y argamasa. Oprime en sus versos un materialismo fatalista que expresa la idea incurable del deterioro cosmológico, no como crueldad del tiempo, sino como mácula de nuestra propia existencia. Materia de la poesía de Barbarito es la desilusión, pero una desilusión tratada sin solemnidad, ni filosofía. El poeta argentino traduce de la cotidianidad el tono específico de toda una época. Le bastan los elementos más simples para hacerlo: "Y el aire y el agua se empobrecen, pierden altura y medida...". Un recuento sensorial y doloroso acaba por llevar al creador a una búsqueda sin asidero: "Golpeo y no hay respuesta, / manos y manos, manchadas de musgo, / hollín y herrumbre". Por doquier la impureza es signo visible de la civilización que ha oscurecido y desacralizado el mundo. La culpa entreteje toda la naturaleza y le confiere esa textura de intensa corrupción humana. Barbarito, en consonancia con la tradición poética de que el hombre y la mujer se han perdido a sí mismos, es el cantor melancólico de cómo esa pérdida se percibe en cada acto y expresión viva del entorno. Vientos que barren cenizas, frutos perforados, mujeres que orinan sustancias de miedo, el deseo sin pellejo, el amor cercado... ¡La vida vive una pesadilla y todo es engranaje de una equivocación desastrosa! Con toda esa desesperanza, el verso de Barbarito es consistente: no se refocila en el dolor como el de Vallejo, sino que lucha contra su propia perplejidad, buscando empecinado la misma claridad secreta que arrojan, tal vez, las preguntas impotentes que le lanzamos a "ese error instalado en el mundo".
|