CARLOS BARBARITO


paginas del poeta flaco






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A María y a la otra María, mi hermana.




Pero esta prisa, esta inquietud, esta aspiración, este deseo,
qué otra cosa son sino la potencia del amor para rechazar
el olvido, el entorpecimiento -la muerte.
Kierkegaard, carta a Regina Olsen, 1840.


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Artaud


Quien siente dolor en los huesos como
yo no tiene sino que pensar en mí.


entró en el hospicio, baboso, desdentado, vacilante
una sensación de quemazón ácida en los miembros,
músculos retorcidos y como al rojo vivo,
el sentimiento de estar en vidrio y frágil
se dejó caer, definitivamente vencido, sobre el camastro
una fatiga demoledora y central, una especie de fatiga aspirante,
una especie de fatiga de muerte, de fatiga de espíritu
a lo lejos, los lentos animales nocturnos mutaban sus formas
adquirían alas, ojos acostumbrados a la luz
los pájaros se convertían en hombres y los hombres en pájaros
pero él ya no podía darse cuenta de ello
ni siquiera del resplandor que entraba por el tragaluz
la oscuridad se hacía profusa y sin objeto,
el hielo ganaba la claridad

1981

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Enfer


o canot inmobile! oh! bras trop courts!
Rimbaud


Arrojarse a las patas de los caballos, eso quiere.
Sentir el golpe de los cascos en el vientre y en la garganta, eso quiere.
Mas todo es inútil espera a las puertas del relámpago.
Sólo una sombra trasegando líquidos de oficinas,
recogiendo en sus bolsillos las migajas.
Una boca entreabierta tendida entre los trapos,
donde es baldío, donde no pisan los caballos.

20 al 23 de noviembre de 1985.

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Carta de Jean-Arthur Rimbaud a su hermana Isabelle desde Harar, Africa, 20 de febrero de 1891


hermana mía:
te escribo para decirte
que me duele mucho la pierna
que (dicen) hay unas medias
que pueden calmar las várices, las hinchazones
esas medias deben ser de algodón o seda fina
deben tener hilos elásticos
para mantener apretadas las venas
dicen que en Francia es fácil conseguirlas
no hay tales medias en el Africa
las espero a vuelta de correo
dime cuánto has gastado
sálvame, por favor, hermana mía,
libérame de este mar horrible
donde desde hace noches
floto
los ojos abiertos
boca arriba

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Scarafaggio


A H.

Memo expergitus exstat,
Frigida quem semel est vitai pausa sequuta.
Lucrecio, III, 942.


Era oscuro y callado
Andaba por la sal, por el pecho y las uñas de los muertos
No sabía de mares, que todas las cosas son hijas de una misma, eterna Furia
No podía llorar, calzarse, usar camisa blanca o roja,
tener un perchero donde colgar el alma, el sombrero
No podía entrar por la raíz del sueño hasta la alegría,
decir en cualquier lengua quiero pan, beso tus pechos, perdí el último tren y vago por los andenes
Y nada de estrellas, de manojo de tréboles, de dársenas
Nada de Mozart, de mano derecha escribiendo agua y de mano izquierda encendiendo lámparas
Extranjero entre las criaturas del aire, hijo de la oscuridad
Sombra extraviada en el silencio innumerable

1989

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No podemos escribir en las estrellas


A Sergio Medina
A Jorge Montealegre

No podemos escribir en las estrellas,
sólo en el fondo: sangre: oscuridad: cansancio.
Sí, Cocteau, tal vez tengas razón: La poesía es una electricidad,
pero no podemos escribir en las estrellas
y en el fondo no hay ni una chispa.

(Kafka por la lluvia de Praga con sus arañas
y sus cuerdas; Dylan Thomas ahogado entre alcoholes;
hemos comido carne de perro, balas de ceniza,
papeles, a veces únicamente eso.)

Y si Ella viene,
si un soplo nos aliviana los huesos,
si los violines arden y hasta los pájaros arden,
siempre hay algo,
que nos deja fríos cuando andamos tan cerca.

21 al 24 de noviembre de 1986

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Amsterdam, noche


¿Por una gota de rocío en una hoja,
por una piedra lanzada por un niño
decidido a quebrar la calma del agua, escribo?
Que venga un soplo que me devuelva
el soplo de su garganta, que un rostro descubierto en una página
me traiga otra vez el diamante de sus ojos.
Ni gota, ni piedra, por Ella escribo.

Anduve un mar de calles entre la niebla;
la noche crece y mi palabra no la alcanza:
tierra desgarrada, piedra de gritos,
ausencia de redes pasada de mano en mano.
¿Vendrá ese soplo, hallaré esa página?
Algo muy grande se deshace más allá de la ventana,
mientras barcazas y fantasmas derivan por los ocuros canales.

(Hotel Schiller, enero de 1981)

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Un tordo apareció muerto esta mañana en mi jardín


No es esa ala quebrada,
esos ojos cubiertos por una película blanquecina,
ya definitivamente vueltos hacia lo Oscuro,
tampoco es la brisa de la mañana,
venida desde lo más lejos para tan sólo agitar una pluma,
ni el silencio, ni el rocío, ni las hileras de hormigas
brotando del corazón de la tierra,
es eso Otro, lo que mi mente no alcanza a explicarse,
lo que llega para rasgar el velo de las cosas,
para abolir de un golpe lo que fue milagro de la altura,
orgullo del aire, matrimonio perfecto del canto y la sangre.

1984

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Aguas


En un país que yo conozco ya estará anocheciendo.
Olga Orozco

Las aguas de la noche
me alcanzan.
Abiertas las esclusas
que las sujetan,
me alcanzan
y me golpean
en la frente
y en las manos.

Veo a la sombra
ocupar el vacío
que dejó tu cuerpo.
Y veo también
cómo se pierde tu voz
entre trizados espejos,
cómo es arrastrada por la corriente
junto con alambres retorcidos,
mariposas desgraciadas,
cenizas y papeles.

(Cierro los ojos,
siento como una ráfaga,
ruidos distantes,
un golpe de sellos,
luego silencio.)

Las aguas de la noche
me golpean
mientras ando,
con el último de tus olores
fijado ciegamente contra mi pecho,
hacia una lastimadura
por la que vagaré sin oficio.

1986.

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Noticias de la noche

A Jorge Reboredo


No quiso esperar a la muerte,
fue a su encuentro. No quiso
esperar la falla en el corazón,
la falla en los huesos.
Lo vi morir, con un tajo en la garganta.
La vida le negó su ala,
el viento se llevó sus mínimas pertenencias,
los andenes de Retiro, el cuerpo de la mujer,
el vino a medianoche, el poema, la esperanza.
Lo vi morir, desnudo bajo los hierros.
Y aunque no creía en el otro lado,
acaso camine por una Buenos Aires
extraña y hermosa como una diorita o un hexámetro.
Acaso sea feliz, pero a qué precio.

16 de abril de 1985.

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No vendrás


¿Qué queda de toad esta miseria? ¿Una
muchacha con un abrigo verde en el muelle
de la estación?¿No?
Beckett


No vendrás.
Me lo dicen el niño sin su aro, la lluvia,
la mano derecha de Giordano Bruno, aquel rubio y triste esqueleto,
Dostoievski, Pitágoras, el crepúsculo.
No vendrás,
no emergerás del agua del Silencio
para traerme el pan, el botón que falta, la piedra del alba.
(Rostro de huérfano en las estaciones,
pozo de infinita niebla, perro que ladra en la distancia:
la palabra.)
¿Qué de mí entonces?
¿Los ojos quemados? ¿La mendicidad? ¿El invierno en los puentes?

o





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© Carlos Barbarito 1989




Buenos Aires, Filofalsía, 1989.
Ilustración de la cubierta extraída de Ganot, Tratado elemental de física (circa 1890). Ilustraciones del interior: Juan Carlos Moisés.
Copyright © Carlos Barbarito 1989



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