CARLOS BARBARITO

exodos y trenes




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© Carlos Barbarito 1987

A María: Te pregunto. Me hablas. (Félix Grande)
A José Kozer
A mis padres

o





















El ejercicio de la poesía siempre se tratará de
una tragedia, y para colmo, de una tragedia
solitaria: mal leídos y peor comprendidos,
los verdaderos poetas, a pesar de las apariencias,
son (desde el punto de vista del público)
póstumos. La ventura del poeta es otra:
consiste en realizarse en su supremo acto de
comunicación (que es siempre un don, una entrega
de sí mismo a los otros), realizarse en el acto
supremo del poema. Y allí termina lo principal.
El resto es circunstancia, azar, ruido o silencio
de la feria, y nada más. Literatura: el resto es
literatura...

(de una carta de Raúl Gustavo Aguirre)

o






Sólo se puede escribir cuando se tiene sueño.
Max Aub.

o






Pound Revisited



Ve libro mío en la mudez nacido,
y abraza a quien se apiadó de solteros y casados,
de la pequeña Aurelia y de las vendedoras de tienda,
y que ahora es una sombra,
una presencia fantasmal que cruza los jardines de Kensington,
los senderos de los sucios, vigorosos herederos de la Tierra.

Abraza a quien un día entregó su vasto corazón a la lluvia
y se quedó para siempre en las aguas del zafiro,
dile que yo también me he unido al vuelo de las golondrinas
y traigo en mi sangre la luz de los abedules y el oro rojo de los arces,
para que cuando llegue la más terrible de las horas
y en mí todo sea cernido y disuelto,
ante los ojos de mis ojos permanezca intacta la Belleza.

o





Me da miedo despertar

A Raúl Gustavo Aguirre



Me da miedo despertar,
abrir los ojos, sentir que en mí permanecen,
implacables,
los dolores y los recuerdos.
Metáforas, filosofías, pitagóricas ecuaciones
y no poder ni siquiera resolver el alba.

Y no hablemos de mundo. Yo no tengo mundo,
apenas un hueco donde sólo cabe mi esqueleto.
Yo no quiero acabar crucificado al calendario,
atado al mismo invierno, a la misma lámpara.

Qué soledad la de este cuarto,
me da muertes de periódico, y quema
hasta las cenizas el niño que llevo adentro.
Qué desgracia la de este siglo,
la de este cotidiano desayuno de sombra y sangre
del que no quiero probar ni una gota.

Adónde ir, cómo saber entre tanta máquina,
entre tanta música confusa.
A qué viento obedecer, en qué espejo mirarme.
Dolores y recuerdos, tengo miedo.
Puentes y caminos, pájaros idos, caigo, caigo.

o





Mal de piedra


Este permanente combate contra una hoja en blanco,
¿qué ofrece a mi vida? Quizá menos
que la astilla que me da en pleno rostro
cuando ando por las calles hacia mi calle.
El aire que no arde, los ojos enrojecidos,
límites inapelables: vigilia de la brizna,
burla del légamo, sangre clamando por el jaspe,
un pez fluyendo por la corriente
hasta el último fulgor del cobalto.
Ah, querido Cavalcanti, tiene que haber una puerta,
un secreto,
una llave.

o







He visto...


He visto las máscaras de Ensor y los retratos de Van Eyck
He visto las treinta y nueve tesis que perdieron a Jan Huss
He visto el rostro de Alejandra, amado rostro desaparecido
He visto la Luna de Luciano y la Luna de Wells
He visto el costado abierto de Cristo y la lanza del soldado
He visto el seno desnudo de la Virgen de Fouquet y el fuego que devoró a Santa Juana
He visto el nombre de Byron grabado en la piedra blanca de Westminster Abbey
He visto la rosa de Rilke y la rosa verdadera de Borges
He visto el pan amargo del prisionero y la mano ensangrentada del verdugo al acabar su tarea
He visto a Romeo y Julieta amarse con el mismo movimiento de las olas en el mar
He visto a María amamantar a Bernardo, en Saint-Vorlés
He visto el río de Heráclito y los tréboles de Amiens
He visto muchas cosas y no he visto nada
Afuera cae la lluvia y sopla el viento
Sobre París brillarán las estrellas
Tengo miedo
No puedo acostumbrarme a vivir con mis fantasmas

o






Primer retrato



En esta fotografía
C.B. lee un poema de Eliot.
Un mirar atento, con cierto dejo de tristeza,
como decir adiós
o abrir cartas amarillentas.
Su rostro pálido, su mano izquierda, un paisaje desolado
de De Chirico
repitiéndose una y otra vez en sus ojos negros.
Un destino de pájaro en la lluvia.
La vida le duele, como llaga
en la carne,
Y aunque C.B. diga
que la poesía
viene sin que la llame,
lo desmienten
sus labios en tensión, los nervios a punto de estallar:
allí nomás, detrás de los curvos
huesos de su pecho,
hay alguien que busca adverbios
para no morir de frío en la penumbra.

o







Segundo retrato



Me estoy desvaneciendo.
Solo ante el vértigo de las cosas,
ante el inexplicable tejido de la lluvia.
La noche quiere que en este día olvide
que alguna vez me fue dada la juventud,
que es el dominio sobre los misterios del sexo y de la muerte,
cada palabra dicha o escuchada,
cada vigilia en pos
de una cifra, de un rostro, de una isla distante,
la inmensidad del mar, lo vivido y lo soñado,
la imagen de la luna en el agua,
el vientre de la mujer amada,
los días de tormenta, las tardes de la infancia,
las lágrimas derramadas
y, lo que es más terrible todavía, la esperanza.
Me estoy desvaneciendo, ya casi no puedo ver mis manos.

o





Tercer retrato


Con las manos en el rostro, cerca del espejo,
el hombre que soy ha derramado algunas lágrimas.
Sólo el silencio conoce el motivo de sus llanto,
el motivo de su íntimo desgarro:
la vastedad de la muerte y la brevedad de la vida,
las calles interminables, solitarias
que ha visto cubrirse de hojas secas,
las cartas amarillentas, la lluvia,
las paredes desiertas, las sábanas inmóviles
como pájaros desalados,
la niebla en los puentes, el lejano silbato de los trenes,
el viento, los andenes.
Con las manos en el rostro, cerca del espejo,
El hombre que soy ha sumado su dolor
a ese inmenso dolor que se llama Buenos Aires.

o






Cuarto retrato


Se derrama mi palabra sobre la fatiga de las cosas.

El niño regresa de la ceniza
y muestra las heridas de la soledad, del desamparo.

La noche crece y me llama.
La noche es infinita y oscura, como la muerte y la ceguera.

Por favor, ponme una máscara.
No puedo seguir en carne viva.

o





Tres poemas de amor



I

Te nombro y se me hace de pan el alma.


II

Como un pez alongado y prodigioso,
arrojado por la tormenta o el milagro sobre la blanca arena de la playa,
ella dormía junto a mí en el soplo más puro del crepúsculo.

III

Imagino el desierto, las islas del trópico
Imagino una mañana de lluvia en Mozambique
Pienso en otros días de guirnaldas y bengalas
Afuera hay algunos gatos y cien millones de galaxias
Me hago las mismas preguntas de siempre
Doy vueltas y vueltas en la cama
Te extraño

o






Francesca de Burano


Esa muchacha de breve camisa que desnuda dos muslos
delicados, blanquísimos,
cuelga ropa en el balconcito de piedra;
ella conoce a la perfección las cosas elementales,
las del agua, las del aire y las del fuego.
Y no hay quien se atreva desmentirla cuando lava
sus senos en el pequeño lavatorio,
cuando canta antiguas canciones aprendidas en los
días de la infancia,
cuando yace junto a su amante envuelta por la claridad
del alba.

o





Interior


A Liliana Lukin



En vano me han sido prodigados el océano,
la sed de los viajeros,
la antorcha de los poetas.
En vano he ofrecido mi cuerpo a terapeutas y alquimistas.
Aún tengo los mismos ojos tristes,
las mismas medias rotas de mi infancia.

¿Por qué me dejaron tan solo?
¿Por qué estoy tan lejos, tan alto?

o









Barro Miguel


Lo han matado de cárcel y de espanto.
A él, justo a él,
que amaba hasta la tos de su semejante.

o









Lautreamont


¿Ducasse? Dirás el aparecido, el vertiginoso círculo en
llamas en cuyo centro el hombre queda suspendido en
un vacío de inerte y sombría plenitud, el furioso hijo
de la crueldad que recorre la tierra para diseminar todos
los dolores, todos los venenos.

¿Ducasse? Dirás el de la existencia anfibia, el mutante,
el que concluye pactos con la prostitución y lame las
sangrantes heridas de los niños.

¿Ducasse? Diré el que escribe sentado cerca del piano,
el triste y silencioso caminante por las orillas del Sena,
el que permanece horas ante un libro que no lee, sumido
en profundas ensoñaciones, el que tiene miedo y tiembla
cada vez que la noche viene a visitarlo.

o





La nave de los locos


Esa mujer que amasa el pan y no lo come.
Ese niño ciego que pregunta por las estrellas.
Esos que no se abrazan por temor a Dios, a romperse.
El dolor.
La demencia.
Sin embargo me pongo el saco y salgo.
Sin embargo trabajo por un sueldo, y me callo, y me someto.

o






Caerá el hueso


Caerá el hueso
y se abrirá un hueco en la memoria de las cosas;
caerá la sangre y se helará el músculo;
caerá el nervio,
se tumbará para siempre entre los signos de la niebla.

(Será invierno en los puentes, ya está escrito.)

Caerá el hueso;
caerá este perro solitario y trágico que criaste;
se llevarán el pan y el agua, hasta el agua,
y no habrá sino un plato vacío,
un cuerpo vacío, tendido y rígido,
ante tu ojo,
desmesurado,
insoportable.

o





Es tan terrible llamarse Carlos


Es tan terrible llamarse Carlos,
tener estos ojos, estos huesos, esta alma.

Es tan terrible haber amado tanto
y tener que resignarse a vivir entre desechos y fantasmas.

Es tan terrible ser una especie de dios
y, al mismo tiempo, un huérfano sin pan ni vino sobre la mesa.

o







Inscripción


Dicen
que
en
un
tren
que
iba
de
París
a
Berlín
nació
un
niño
triste
como
un
lirio
cortado

o


Pergamino en noviembre









Copyright © Carlos Barbarito 1987

Exodos y trenes, Buenos Aires, Ediciones Ultimo Reino, 1987.
Prólogo de Alberto Luis Ponzo.
Ilustraciones de Rafael Landea.


Reactiones: libro de visitas o Carlos Barbarito



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