PALABRAS DE PRESENTACION DE "LA ORILLA
DESIERTA" EN SAN JOSE DE COSTA RICA, 7 DE NOVIEMBRE DE 2003.
Hay quien desespera si no entiende. Me fascina lo que no entiendo. Ahora
mismo intervengo en la presentación de un libro mío sin estar presente.
Mejor, no estoy presente en cuerpo. A través de este escrito me presento
ante ustedes de otro modo, en maniquí. En algún pasaje dedicado a
Raymond Roussel, Breton habla de un maniquí interior, anónimo, sin ojos
ni nariz ni orejas, que el psicoanálisis descubrió en lo profundo de la
mente. Bien, entonces les envió, enganchado, subyacente, adjunto a este
texto, a través de un procedimiento más o menos mágico, mi maniquí, mi
muñeco, al que mi soplo o hálito, que ya mismo le insuflo a estas líneas,
darán, auguro, en presencia de ustedes, a la inocua, inmóvil figura una
voz, nariz, ojos, oídos. De acuerdo, no seré yo y lo seré. De algún modo
estaré con ustedes, por una labor de ciencia secreta, aunque mi cuerpo
no se haya movido de su sitio, en el sur y a miles de kilómetros, por un
procedimiento que me fascina y me conmueve por extraño, misterioso.
Una vez con ustedes, entre ustedes, habla mi muñeco, hablo. Dice Xavier
Forneret: No es que sea bueno; es que estoy contento. Estoy contento
porque algo mío circula libremente por una zona del mundo, parezco bueno
—incapaz de pegarle al perro, insultar al vecino, desear la mujer de
otro vecino, tal vez del mismo. No. Soy el mismo, neurótico, obsesivo,
desconcertante, capaz de puntapié y transgresión de la Ley Mosaica, pero
al que una edición en el extranjero hace feliz, hace brillar sus ojos.
Lo recuerdo. Una tarde, mientras caminaba con mi padre, le dije, o me
dije a mí mismo: Voy a ser el más grande de los poetas. Mi padre se rió.
Yo tendría por entonces 16 o 17. A esa edad uno puede, sin rubor o
remordimiento, sentir lo que sintió Roussel, más o menos a la misma edad,
cada obra como si fuese una obra maestra, pensar que uno es un prodigio,
un Dante, un Shakespeare, un Victor Hugo en la vejez, un Napoleón en
1811, un Tanhauser en Venusberg; el cuarto lleno de destellos, hay que
cerrar las cortinas, impedir que la menor fisura posibilite la fuga de
tal radiación, inunde el mundo, llegue hasta la China, porque de ese
modo la multitud enloquecida podría abalanzarse sobre la casa. La vida
se encargó de ponerme en mi lugar. Se encargó de enseñarme, a veces de
forma cruel, que la poesía no se hace, digamos, con olas majestuosas o
magníficos cometas sino de sus antípodas, ¿acaso no fue Picasso quien
dijo: Los cuadros se hacen siempre como los príncipes hacen sus hijos:
con pastoras? Amigos, denme una hoja de periódico, una cajita de
fósforos, un charco formado por la lluvia y les escribiré un poema. No
me traigan un Armani, una Krakatoa en erupción, un sillón Luis XV,
porque entonces no habrá poema. Entre 1912 y 1915, Arthur Cravan
transportaba los ejemplares de su revista Maintenant en un carrito sin
toldo, a 25 céntimos cada uno, mientras pensaba: Prefiero, en cualquier
caso, un amarillo a un blanco, un negro a un blanco y un negro boxeador
a un negro estudiante.
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