Carlos Barbarito




Impressiones ante la trama imperfecta de Marcelo Pinto

Cuando llegué a la inauguración de tu muestra me dijiste pensé que eras alto y gordo. Y te sorprendiste de que yo fuera todo lo contrario. Uno en su mente se forja una idea, imagina, y la realidad se encarga de confirmar o desilusionar eso que uno imagina. Extraño y complejo funcionamiento el del cerebro: se forja una imagen de aquello que aún no conoce, no espera el estallido de la realidad ante los ojos (ahora, ¿qué es la realidad? Lo que uno sueña o imagina también es la realidad. Siguiendo a Aizenberg, no existe la irrealidad).

Entonces, fui idea y después carne. Carne más magra que la por vos imaginada. Y fui ojos que recorrieron tus obras. Una a una. Creo que para conocer en profundidad cada obra es necesario que la sala esté vacía. Que uno quede solo y en medio del silencio ante lo expuesto. No fue posible, pero dentro de esa limitación, y de la limitación de la propia cabeza, vi formas, detalles, planteos. Luego, mientras viajaba en tren de regreso, el texto en el catálogo me ayudó a completar un poco más mi pensamiento.

Sí, es posible, todavía, entre tanto golpe, envilecimiento, fractura, pensar. Si no se pudiera pensar sería el final, un final, tomando una de las posibilidades que planteaba Eliot, sin ruido, un epílogo silencioso, como una pelota que se desinfla en mitad de un gran patio vacío. Y tu pensamiento pugna por tomar una dirección yo diría que obligada, común a tantos de nosotros, una ruta no lineal, de marchas y contramarchas, llena de desvíos, muchas veces ahíta de incertidumbres, por entre las grietas ( ver por entre los grietas, idea recurrente en mi poesía).

Parafraseando a Adorno, después de nuestro Auschwitz no es posible el arte, me refiero a que no es posible aquel arte. Un arte que se volvió exorcismo, invocación de fantasmas, un permanente preguntar y preguntarse, insomne, frecuentador de vacíos, fallas, pliegues en un universo oscuro y frío, un arte azaroso, proteico, angustiado, construido en sótanos, en terribles condiciones, más y menos que humano, que no cree, no puede creer, en la Obra de Arte, en el Paradigma. Desde entonces y hasta quién sabe cuándo, fragmentos, retazos, collages, lo informe, el dolor transmutado en objetos inacabados, con óxido, herrumbre, moho. Un arte de la muerte porque viene de la muerte y siente que la vida está lejos o no está o está seca.

La tarea es subvertir una situación, está escrito en tu catálogo. Pero es tal el extravío, la falta de certezas que, también está en tu texto, a menudo acabamos por confirmar la situación, repetir su molde, nos volvemos con frecuencia, inconscientemente, cómplices. Queda, sí, esa apuesta de la que hablás, una apuesta sin red, una apuesta de insomne, como un gesto en la oscuridad, formulado no sin temores, una apuesta de quien tiembla, sufre, la de un cobarde, sí, la de un cobarde que, sin embargo, se desnuda, se expone, se arroja de sí hacia el abismo aunque el corazón se le parta y los pies parezcan no obedecerle.

Hiciste tu apuesta. La expusiste para que los otros la celebren, denigren o ignoren. Es el riesgo del artista. ¿Acaso no se rieron de van Gogh cuando armaron una muestra suya, con gran éxito, no mucho después de su muerte sucedida en el olvido, la indiferencia e incluso el escarnio de sus contemporáneos? Pero, Marcelo, ¿quién sobrevive, Van Gogh o los otros? Aunque un personaje de la inolvidable Blade Runner diga lo contrario: y...¿quién sobrevive?... Van Gogh lo hace a través de las mismas obras que en sus días fueron obviadas e incluso despreciadas.

Tu universo está poblado de formas zoológicas, de mínimos seres, de pequeñas bestias, reducidas a un utilitarismo barato, a un existir irónico y hasta cruel. Hay un jabalí del que sólo se menciona que tiene una capacidad medida en litros. Hay un marsupial que lleva disfraz de gato. Hay un toro cuyos cuernos invitan a colgar algo de ellos. Unos y otros expulsados de su hábitat, reducidos a comparsa, obligados a un rol de triste espectáculo, solaz de turistas, bestiecillas domesticadas hasta el extremo de lamer las manos de los que los desprecian. Es la metáfora de un mundo del que no estamos ajenos, al contrario: se trata de nosotros mismos.

Tu arte, Marcelo, no miente. Rebosa autenticidad, sinceridad. Mira por entre las grietas. Construye sus seres conforme a la medida y peso que le otorga un estado de cosas a todas luces insoportable. Y bajo color y textura, desde el fondo, entre tantas voces que se conforman con lo posible, como esos seres minimizados, envilecidos, aúlla, brama, maúlla, ladra, bala por lo imposible.


© Carlos Barbarito,San Miguel, 10 de noviembre de 2000

Reactiones: carbar8@hotmail.com


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