Carlos Barbarito
Sobre kinky and blissful* de Norbert Guthier
El Eros me parece, decía Constantino Cocco en los años 70, el medio de
comunicación y de expresión más profundo a disposición de todo ser
humano. Ahora, siguiendo este pensamiento, pocos modos de expresión han
sido objeto de tanta degradación como el erótico, a lo largo de la
historia. Una y otra vez exige ser revalorado, devuelto a su auténtica
condición, y esto es, como bien afirma Cocco, a través de un rescate de
su ubicación "tradicional" en lo privado para situarlo en la esfera de
lo público. Con ello se quiere decir que lo erótico debe ser visto como
un derecho de toda persona y no como, concluye Cocco, mercancía
disciplinada por un rígida escala de valores de intereses patrimoniales.
Pero el problema es arduo y presenta una ambigüedad central: bajo el
rótulo de la "liberación" muchas veces aparece una comercialización, más
o menos oculta, que no hace sino confirmar aquello contra lo que
sostiene combatir. El desarrollo de la sociedad de consumo aceleró el
proceso y "provocación" y "transgresión" son objeto de comercio, de
manipulación comercial, y, se sabe, con ello triunfa el concepto de "la
naturaleza humana como mercancía" y Eros debe emprender la retirada. Un
modo de conjuro sobre una fuerza antigua y profunda, es decir, como
sostenía Pasolini, se muestra enteramente a un hombre y a una mujer por
fuera pero se evita que se lean sus almas.
Ahora, también en esto hay elección estética. El propio Pasolini** habla de ello en un escrito de hace décadas: Tomemos un escena de
laboratorio. Una cámara, un hombre, una mujer. El director está frente a
la acostumbrada elección: ¿qué incluir y qué excluir? Hace veinte años (Pasolini
se refiere a los 50) el director habría incluido una serie de actos
apasionados y notablemente sensuales, hasta terminar en un largo beso.
Hace diez años (ahora habla de los 60) el director habría "incluido"
mucho más: después del primer beso habría llegado el momento en que las
piernas, y casi completamente, los senos de la mujer, fuesen
descubiertos, añadiendo un segundo beso claramente precedente del coito.
Hoy (habla de los 70) el director puede "incluir" mucho más: puede
incluir el mismo coito (aunque falseado por los actores) y desde luego
el desnudo completo.
Cada director, entonces, hizo una elección: ¿qué mostrar y qué ocultar?
Pero la elección no es sino la ocupación del espacio que el contexto
social y político le concedía. Pasolini, en este mismo texto, habla de
su decisión de ir más allá de lo permitido y representar el sexo en
detalle. No le fue fácil, al contrario, aumentar todavía más, esas son
sus palabras, las posibilidades de lo representable. Es decir, llevar el
fenómeno fuera del "área de permisibilidad" donde lo erótico queda
confinado - o, lo que es lo mismo, inmovilizado, domesticado y consumido
- para, entre otras cosas, tratar de recuperar una realidad física que
el consumo desrealizó. No habría llegado, afirma Pasolini, al fondo de
la representación de la realidad corpórea si no hubiera representado el
momento corpóreo por definición.
Desde entonces pasaron treinta años. El "área de permisibilidad" se
extendió pero no con ello lo erótico se mueve libremente. Por el
contrario, el proceso de desrealización del cuerpo continuó sin tregua y
sus efectos, ya percibidos en días de Pasolini, nacidos de la duplicidad
de pretender ser sexualmente libre y, al mismo tiempo, conformista, son
la neurosis, la insatisfacción y la infelicidad. ¿Qué decir de nuestro
país, de su sociedad, que desde hace décadas vive inmersa en la cultura
del consumo y, en los últimos años sobre todo, no dispone con frecuencia
de lo mínimo admisible?
Me parece que la tarea del artista sigue siendo, y creo hoy más que
nunca, la transformación en realidad del cuerpo, la descomercialización
de sus relaciones, desesperado recurso antes de que el último lugar
donde todavía se refugia el hombre acabe por ceder señorío a una
máscara, una patética sombra.
Norbert Guthier (1954) es un fotógrafo alemán y su libro Kinky and
Blissful* se encamina en esa dirección. Por fortuna, no hay en su obra
la representación de los cuerpos como lo hace la publicidad, por ejemplo,
que siempre me han parecido figuras planas, sin volumen, autosatisfechos,
banales, que, luego de espasmódicos bailes, dejan en el suelo
desperdicios, latas vacías, botellas vacías, restos de comida. Por el
contrario, los cuerpos en Guthier adquieren a los ojos del observador
corporeidad, masa y peso, no como producto de una simulación del artista
sino porque son frutos de una decisión suya de arrancarlos de la
unidimensionalidad. Entre esos cuerpos se establece una intrincada, muy
compleja red de relaciones: a veces ambiguas, otras veces basadas en
juegos de opuestos (a los que me referiré más adelante), enmarcadas en
exteriores o en interiores. Estas conexiones entre los cuerpos se dan en
amplia variedad, ya que tienen lugar amparadas por sedas hasta ser
objeto de la aspereza de sogas, maderas y piedras.
Algo que me llamó la atención es la recurrencia de Guthier a los
opuestos. Desde el comienzo hasta el final del libro, en numerosas
ocasiones, rubio-castaño, rugoso-suave, pétreo-blando, delgado-obeso,
inocente-perverso, negro-blanco... en fotografías donde los cuerpos se
aproximan en visibles o semiocultas dualidades, hombre-mujer,
mujer-mujer, mujer-reptil, hombre-hombre. Todo esto en variados
escenarios, exteriores de bosques, ante antiguos edificios, cerca de
formaciones rocosas, en espacios más o menos desiertoarrested
in times, en interiores
vacíos o de iglesias abandonadas.
Otros establecen límites entre "erotismo" y "pornografía". Este límite
no es, si vemos la historia del arte, el mismo, su reubicación a lo
largo de la historia obedece a los entornos sociales. Es, en otras
palabras, una convención a la que artistas como Guthier hace caso omiso.
Y le da lo mismo representar escenas dignas de una historia del
Romanticismo (hombre atado a un árbol- mujer que lo mira- mujer que lo
abraza y desata- hombre y mujer que andan juntos de la mano) hasta
imágenes oscuras y ríspidas tomadas del arsenal sadomasoquista (senos
encadenados, atados con sogas, penes envueltos en gruesos hilos, hombres
y mujeres que penden o están crucificados).
En mis numerosas frecuentaciones al libro, fui desentrañando, de a poco,
los elementos que lo componen. Y, también, de qué modo esos elementos
aparecen aquí y allá, en diferentes espacios y momentos, para conformar
una poética. Me parece que la poética de Guthier es lo que yo llamaría "una
geografía de la carne y sus infinitos anhelos", un territorio que no
excluye lo oscuro y secreto, polisémico, que no duda en ir más allá de
la especie para tocar otras pieles, más frías, más duras y ásperas.
Incluso, Guthier, en varias ocasiones, va más allá de su arte, invade
zonas de la plástica, torna los cuerpos en esculturas que parecen hechas
de ébano, de resinas, de piedras blandas, emparenta sus fotografías con
la pintura, incluso recurre a simular en ellas el entramado del lienzo.
En alguna fotografía, funde el cuerpo femenino con una pared
descascarada, hace que la carne sea indiferenciable del muro gastado por
el tiempo.
A veces, preside el hieratismo, como en el arte egipcio. Las figuras, de
frente o de perfil, se nos aparecen inmóviles, detenidas en el tiempo.
Algunas tienen los ojos cerrados, como sumidas en un profundo sueño.
Algunas miran al espectador. Algunas parecen sorprendidas por alguna
intrusión, la del que mira o la de algún otro que apenas si puede
sospecharse, fuera de escena, y responden con cierta vergüenza o con
agresividad. En otros momentos, lo que predomina es el movimiento: las
figuras corren y casi salen del marco, emprenden veloces carreras por un
camino boscoso, se alejan o se aproximan.
Hay una sucesión de fotografías que me parecen ejemplares en cuanto a la
propuesta de Guthier. Arrancan en página 128 y terminan en la 142.
Primero, una adolescente, desnuda, de perfil, en cuclillas, tiene el
pelo largo hasta casi el suelo. Luego, casi fuera de foco, las piernas
de un hombre, su pene. Seguido, dos hombres, uno de espaldas, el otro
visto de frente, exhibe su sexo. Enseguida, el hombre que estaba de
espaldas aproxima sus labios al pene del otro. De inmediato, es una
mujer, de mirada tan angelical como la primera, aferra el sexo del
hombre con ambas manos. Y en la siguiente fotografía, está por pasar su
lengua por el pene. Y en la siguiente, se lo introduce en la boca, pero
la toma no permite ver en detalle lo que sucede. Hay entonces una página
en blanco y la siguiente hay otra mujer que se nos aparece de frente, ya
sin ocultamientos ni zona oscuras, practicando una fellatio. Más
adelante, casi fuera de foco, un hombre sosteniendo su sexo - esto me
trae a la memoria cierta pintura de Schiele -. Y, finalmente, un pene
con densidad y textura de madera, envuelto en sogas. El arte de Guthier,
se ve, no nos ofrece sosiego porque se mueve en base a lo imprevisto, a
lo proteico. Todo es aparente, todo está sujeto a cambios, lo que vemos
no es lo que es, lo que es no es lo que vemos. ¿Qué es inocente y qué es
perverso? ¿Qué nos está permitido y qué nos está prohibido? ¿Hay límite,
frontera, código, ley? -parece preguntarnos el artista cada rato.
Como dije antes, en Norbert Guthier, los cuerpos procuran ser reales.
Son fantasmas, apariciones, sombras, transparencias que, besando,
lamiendo, penetrando y siendo penetrados, abrazando, dejándose atar y
desatar, pendiendo de cables y sogas, tendidos en la hierba, en la
piedra y en la arena, procuran adquirir entidad, medida, peso. Consistir,
existir. Ser materia, con peso y masa, y de ese modo establecer un sitio,
el último, para el hombre.
© Carlos
Barbarito Muñíz,
Argentina, 3 de marzo, 2002
Publicado en:
Revista
Digital Art& - ISSN 1806-2962 - Ano II - Número 01 - Abril de 2004 -
Todos os Direitos Reservados
Notas:
* Kinky and Blissful. Edition Olms ag, Zurich, 2001. 160 páginas.
** Pier Paolo Pasolini (1922-1975) - Director de cine y escritor
italiano, nacido en Bolonia. Detenido por las tropas de ocupación
alemanas por pertenecer al partido comunista, en 1943 escapó de un campo
de prisioneros y se refugió en la campiña de Friul. En 1950 se traslada
a Roma, donde escribe poemas, ensayos e historias influidas por el
pensamiento marxista de Antonio Gramsci, aunque sitúa las esperanzas de
un cambio político más en los campesinos y en los habitantes de los
suburbios que en la clase trabajadora. Sus primeras películas como
realizador, Accatone (1961) y Mamma Roma (1962), son ejercicios de
neorrealismo, en los que retrata personajes marginales. Tras ese periodo
se lanza directamente a un análisis crítico de la sociedad en sus
siguientes obras, Teorema (1968) o Pocilga (1969), cintas en las que
mezcla elementos religiosos y profanos, una constante en su obra que se
inicia en El evangelio según San Mateo (1964), y continúa con otras
adaptaciones de clásicos literarios, como en Medea (1970) a partir de la
tragedia de Eurípides; El decamerón (1971), de Giovanni Boccaccio; Los
cuentos de Canterbury (1972), de Chaucer; Edipo rey (1967) de Sófocles o
Las mil y una noches (1974), sobre el clásico de la literatura árabe,
todas ellas obras maestras del cine. Su última película, Saló o los 120
días de Sodoma (1975), que combina una novela del marqués de Sade, el
Infierno de Dante Alighieri, y un retrato de la República de Saló
establecida por los fascistas en 1944, expresa su pesimismo sobre la
liberación sexual y social. Pasolini fue asesinado en Ostia en 1975, en
circunstancias no esclarecidas.
Reactiones: Carlos Barbarito.
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